El 2015 es un año especial para los amantes y estudiosos de la literatura española universal, ya que se conmemora el IV centenario de la publicación de la segunda parte de la obra El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha escrita por Miguel de Cervantes Saavedra. Con motivo de esta celebración el escritor Andrés Trapiello ha presentado una versión del Quijote en castellano actual o moderno, la cual ha sido publicada por la editorial Destino. Se trata de “una versión de la novela cervantina que moderniza las palabras arcaicas, adapta algunos tiempos verbales y sustituye los refranes en desuso”. Las versiones actualizadas de los clásicos de la literatura no son cosa nueva y siempre levantan interesantes y apasionados debates literarios. Piensen en varias preguntas básicas que pueden formularse inmediatamente: ¿debe leerse el texto en el idioma original en el que fue escrito o debe permitirse una traducción o actualización con el fin de permitir el acceso a la obra? ¿Queremos pocos lectores entendidos que protejan el original o muchos lectores interesados que lo promuevan para la posteridad? ¿Son estas actualizaciones el síntoma de una gran pereza intelectual o la cura bio-equivalente para la falta de acceso al conocimiento? Si nos dejamos llevar por el famoso dicho italiano todo traductor es un traidor, pero si nos situamos del lado del lenguaje sabemos que toda lengua no hablada (u obra no leída) es una lengua muerta. Así que este dilema entre traicionar la obra por inconformidad o asesinarla por abandono no es de fácil resolución y creo que como siempre ocurre, las decisiones se subordinan a los objetivos o propósitos. Al fin y al cabo creo que se trata de eso que en el cristianismo llaman la difícil tarea de elegir entre dos bienes el bien mayor.
En mi caso siempre que doy inicio a la discusión de la obra pido a los estudiantes que me dejen saber cómo ha sido su experiencia con Don Quijote. Este diálogo que se supone sea una manera de auscultar su conocimiento previo de la obra, siempre termina convirtiéndose en una especie de grupo de apoyo, en el que me cuentan los horrores ocurridos, cuando Don Quijote se cruzó en su camino educativo. Los testimonios se repiten cada semestre; me hablan de largas listas de vocabulario copiadas en múltiples pizarras, innumerables capítulos resumidos gracias a esos buenos amigos llamados “copy and paste”, monótonas presentaciones orales e interpretaciones textuales que más que lo cómico exaltan la tragedia del protagonista. Todas estas heridas o traumas se resumen en la famosa, altisonante y tan nombrada frase: “No me gusta Don Quijote porque no lo entiendo”. Así que si todo el trauma se resume en esta frase, los roles ya están establecidos: si no me gusta porque no entiendo, entonces hace falta un facilitador (profesor activo) que propicie y estimule mi esfuerzo por entender (lector activo). Ambas acciones se inician con un primer paso que no se puede negociar: para entender hay que leer. Y precisamente Don Quijote requiere de un lector activo, ya que es una obra intensamente inestable, discontinua o en otras palabras, una obra en estado de constante crisis. Pero en el terreno de la docencia la obra también requiere de profesores dinámicos y creativos que estén dispuestos como don Quijote, a dejar la comodidad de la solitaria hacienda del literato tradicional y salir a la aventura de la Mancha es decir al acopio de recursos que inviten al lector estudiante a cabalgar con este clásico de la cultura de la humanidad.
Así que ya pueden imaginarse cuál es mi postura ante esta nueva versión actualizada de la obra de Cervantes. La abrazo como otro de los recursos que tenemos a nuestra disposición los profesores que queremos que los estudiantes piensen. Después de todo leer y escribir son las alas del ave del pensamiento académico. El pico que orienta y permite la dirección al volar es definitivamente el discurso oral. Y si queremos que nuestros estudiantes lean, escriban y hablen de don Quijote tenemos que crear avenidas de recursos que les permitan ver la obra como algo accesible y manejable, renunciando a toda actitud elitista que convierta al libro en un objeto de culto sagrado. Este ejercicio no siempre resulta fácil pues el profesor universitario tiene siempre sobres sus hombros al angelito y al diablito que constantemente lo interpelan para que asuma una postura extremista entre el estudio riguroso de una obra y la enseñanza efectiva de la misma. Y créanme las versiones actualizadas de las obras son un dardo que da justo en el blanco de esta polémica y que uno no siempre llega a resolver satisfactoriamente. Sin embargo en el caso particular de esta versión del don Quijote en castellano actual, existen varios aspectos que ayudan a sobrellevar esta disyuntiva literaria y que al mismo tiempo me parece que crean una atmósfera propicia para la enseñanza sin necesidad de comprometer la riqueza este clásico. En primer lugar la actualización está hecha por un estudioso del campo (que también es novelista) que a su vez toma como base la gran reconocida y valorada versión anotada del filólogo español Francisco Rico. En segundo lugar, según ha explicado el propio Trapiello su intención no es que la nueva versión sustituya la lectura del clásico, sino que la primera sirva como muleta o ruedita estabilizadora que luego nos permita movernos libremente entre los vericuetos lingüísticos del original. Es decir, el original siempre estará ahí esperándonos. Finalmente y en términos del análisis de la obra, creo que esta versión representa una gran oportunidad pedagógica para los profesores. Pocas veces en clase se consigue que los estudiantes lean la totalidad de la obra. Lo que comúnmente sucede es que los profesores tienden a resaltar momentos específicos del texto que permitan elaborar una comprensión panorámica del texto, entiéndase características de los géneros literarios, personajes, temas, estudios o análisis críticos sobresalientes. Creo que al momento de resaltar esos aspectos del estudio de la obra, es imprescindible manejar la versión actualizada a propósito del original y no a pesar de éste. En otras palabras que el español moderno ilumine o delate la intención del autor y nos permita profundizar en la abundancia de significados que aguanta un texto tan ideológicamente robusto como el Quijote.
Quisiera concluir señalando otro beneficio que tal vez pueda surgir de esta versión del Quijote en español moderno. Siempre comento con los estudiantes un fenómeno interesante que se observa en nuestro país y que tiene que ver con la cantidad de personas que venden o poseen objetos (cuadros, esculturas, pergaminos, etc.) alusivos al Quijote. No es difícil encontrarse una oficina o residencia en la que el loco caballero no aparezca ya caminando por un horizonte indefinido, ya exhibiendo su desquiciado rostro o incluso rodeado de flamboyanes, garitas y otros símbolos patrios. Siempre me ha intrigado saber qué lleva a una persona a tener como objeto preciado de arte la imagen del hidalgo caballero. También me pregunto cuántos de los vendedores, artesanos o compradores de estos objetos habrán en efecto leído la obra alguna vez. Tal vez ahora esta versión actualizada u otra que se haga en el futuro, puedan colarse en el escaparte del establecimiento para que la imagen no ande sola sin su texto o lo mismo para que don Quijote no ande solo sin su Sancho.
En mi caso siempre que doy inicio a la discusión de la obra pido a los estudiantes que me dejen saber cómo ha sido su experiencia con Don Quijote. Este diálogo que se supone sea una manera de auscultar su conocimiento previo de la obra, siempre termina convirtiéndose en una especie de grupo de apoyo, en el que me cuentan los horrores ocurridos, cuando Don Quijote se cruzó en su camino educativo. Los testimonios se repiten cada semestre; me hablan de largas listas de vocabulario copiadas en múltiples pizarras, innumerables capítulos resumidos gracias a esos buenos amigos llamados “copy and paste”, monótonas presentaciones orales e interpretaciones textuales que más que lo cómico exaltan la tragedia del protagonista. Todas estas heridas o traumas se resumen en la famosa, altisonante y tan nombrada frase: “No me gusta Don Quijote porque no lo entiendo”. Así que si todo el trauma se resume en esta frase, los roles ya están establecidos: si no me gusta porque no entiendo, entonces hace falta un facilitador (profesor activo) que propicie y estimule mi esfuerzo por entender (lector activo). Ambas acciones se inician con un primer paso que no se puede negociar: para entender hay que leer. Y precisamente Don Quijote requiere de un lector activo, ya que es una obra intensamente inestable, discontinua o en otras palabras, una obra en estado de constante crisis. Pero en el terreno de la docencia la obra también requiere de profesores dinámicos y creativos que estén dispuestos como don Quijote, a dejar la comodidad de la solitaria hacienda del literato tradicional y salir a la aventura de la Mancha es decir al acopio de recursos que inviten al lector estudiante a cabalgar con este clásico de la cultura de la humanidad.
Así que ya pueden imaginarse cuál es mi postura ante esta nueva versión actualizada de la obra de Cervantes. La abrazo como otro de los recursos que tenemos a nuestra disposición los profesores que queremos que los estudiantes piensen. Después de todo leer y escribir son las alas del ave del pensamiento académico. El pico que orienta y permite la dirección al volar es definitivamente el discurso oral. Y si queremos que nuestros estudiantes lean, escriban y hablen de don Quijote tenemos que crear avenidas de recursos que les permitan ver la obra como algo accesible y manejable, renunciando a toda actitud elitista que convierta al libro en un objeto de culto sagrado. Este ejercicio no siempre resulta fácil pues el profesor universitario tiene siempre sobres sus hombros al angelito y al diablito que constantemente lo interpelan para que asuma una postura extremista entre el estudio riguroso de una obra y la enseñanza efectiva de la misma. Y créanme las versiones actualizadas de las obras son un dardo que da justo en el blanco de esta polémica y que uno no siempre llega a resolver satisfactoriamente. Sin embargo en el caso particular de esta versión del don Quijote en castellano actual, existen varios aspectos que ayudan a sobrellevar esta disyuntiva literaria y que al mismo tiempo me parece que crean una atmósfera propicia para la enseñanza sin necesidad de comprometer la riqueza este clásico. En primer lugar la actualización está hecha por un estudioso del campo (que también es novelista) que a su vez toma como base la gran reconocida y valorada versión anotada del filólogo español Francisco Rico. En segundo lugar, según ha explicado el propio Trapiello su intención no es que la nueva versión sustituya la lectura del clásico, sino que la primera sirva como muleta o ruedita estabilizadora que luego nos permita movernos libremente entre los vericuetos lingüísticos del original. Es decir, el original siempre estará ahí esperándonos. Finalmente y en términos del análisis de la obra, creo que esta versión representa una gran oportunidad pedagógica para los profesores. Pocas veces en clase se consigue que los estudiantes lean la totalidad de la obra. Lo que comúnmente sucede es que los profesores tienden a resaltar momentos específicos del texto que permitan elaborar una comprensión panorámica del texto, entiéndase características de los géneros literarios, personajes, temas, estudios o análisis críticos sobresalientes. Creo que al momento de resaltar esos aspectos del estudio de la obra, es imprescindible manejar la versión actualizada a propósito del original y no a pesar de éste. En otras palabras que el español moderno ilumine o delate la intención del autor y nos permita profundizar en la abundancia de significados que aguanta un texto tan ideológicamente robusto como el Quijote.
Quisiera concluir señalando otro beneficio que tal vez pueda surgir de esta versión del Quijote en español moderno. Siempre comento con los estudiantes un fenómeno interesante que se observa en nuestro país y que tiene que ver con la cantidad de personas que venden o poseen objetos (cuadros, esculturas, pergaminos, etc.) alusivos al Quijote. No es difícil encontrarse una oficina o residencia en la que el loco caballero no aparezca ya caminando por un horizonte indefinido, ya exhibiendo su desquiciado rostro o incluso rodeado de flamboyanes, garitas y otros símbolos patrios. Siempre me ha intrigado saber qué lleva a una persona a tener como objeto preciado de arte la imagen del hidalgo caballero. También me pregunto cuántos de los vendedores, artesanos o compradores de estos objetos habrán en efecto leído la obra alguna vez. Tal vez ahora esta versión actualizada u otra que se haga en el futuro, puedan colarse en el escaparte del establecimiento para que la imagen no ande sola sin su texto o lo mismo para que don Quijote no ande solo sin su Sancho.