El jueves en la mañana los medios de comunicación del país informaban sobre el suicidio de un juez, que después de presentar su renuncia ante el Tribunal de San Juan fue encontrado muerto en su hogar. Entre todo lo que se dijo sobre el tema, llamó mi atención un dato ofrecido por uno de los diarios que decía que “durante una inspección a la residencia, las autoridades no encontraron alguna nota escrita por el juez y tampoco había nada regado”. Este detalle me resultó muy curioso, ya que me parece que ante los casos de suicidio la mayoría de las personas suele preguntar lo mismo, es decir si el difunto dejó algo escrito, alguna declaración que explique por qué decidió privarse de la vida. También examinamos el estado del lugar de los hechos, como si ante la falta de un escrito pudiésemos descifrar un mensaje oculto en la disposición de los objetos. Yo que he vivido un suicidio en la familia, recuerdo que en aquella ocasión muchos nos preguntamos si el difunto había dejado algo escrito e incluso revisamos el cuarto y la casa en busca de explicaciones. En fin, nuestro primer reclamo ante la escena mortal, es que el suicida nos hable de algún modo, sin embargo en la mayoría de las veces el silencio es el único dispuesto a dialogar. Al parecer los suicidas ya no escriben y suelen ser muy ordenados. De hecho los datos que he podido consultar indican que solo un veinte por ciento de los suicidas deja una nota escrita. Las razones para escribir o no escribir, van desde las más complejas, como no poder explicar los motivos del acto, hasta las más simples, no tener a la mano algo con qué escribir. La noticia del juez me hizo pensar en este asunto del silencio del suicida, sin embargo como me ocurre en muchas ocasiones la respuesta la encontré en la poesía.
El segundo evento, que por casualidad, vino a aderezar esta reflexión sobre el silencio suicida fue la discusión que tuve con mis estudiantes de Español Básico sobre el poema titulado La habitación del suicida de la escritora polaca Wisława Szymborska. Aunque el análisis de este poema estaba programado con anterioridad, no fue hasta que estuve frente a mis alumnos, que me di cuenta de la relación que tenía la obra con la reflexión iniciada desde el momento en el que escuché la noticia del juez. El poema de Szymborska establece una relación de correspondencia entre los objetos que contiene una habitación y la posibilidad que tiene su ocupante de resistirse al suicidio. El título del poema condiciona nuestra lectura, ya que la habitación no se nos presenta como un cuarto cualquiera, sino como un espacio perteneciente a alguien que ya ha atentado en contra de su vida. La voz poética hace un registro de las cosas que el suicida tenía a su alcance y esto provoca que uno como lector comience a establecer una relación directa entre esas pertenencias y el acometimiento del acto fatal. Quizás bastaba ver en la agenda un porvenir, en una cartera sustento, en un periódico oportunidades y en un crucifijo algo de fe. Tal vez si el suicida hubiese contemplado estos objetos desde una perspectiva optimista o metafóricamente esperanzadora, a lo mejor le hubiesen salvado la vida. Esto es lo que los versos de la tercera estrofa resumen de manera tan sencilla y tan profunda a la vez:
No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.
Así que luego de leer los versos de Szymborska, volví a pensar sobre el detalle que mencionaba la noticia sobre el hecho de que en la habitación del juez no “había nada regado”. Visto desde el crisol del poema, el que hubiese un reguero o que no lo hubiese es totalmente irrelevante. El estado en que un suicida deja su habitación al marcharse no nos dice nada en absoluto sobre sus motivaciones. En otras palabras, el silencio del suicida no lo remedia el lenguaje que hablan sus objetos, pues parece que el suicidio no repara en comodidades, lo mismo se instala en un chiquero carente de inspiración, que en las habitaciones más ordenadas y abastecidas de sentido.
Finalmente el poema también arrojó luz en torno a la interrogante sobre a quién le pertenece el silencio del suicida. La respuesta es tan desalentadora como el tono del poema pues la ausencia de una nota escrita, solo se suma a la lista de objetos que no fueron capaces de evitar el suicidio. Sin embargo, en el listado de cosas abandonadas por el difunto, la conclusión del poema pondera uno en específico:
Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.
Se trata del sobre vacío y eso me llevó a comprender que el silencio de un suicida tiene el mismo valor de propiedad que el de una carta: se trata de las palabras de un emisor entregadas a los ojos de un receptor. El silencio del suicida es propiedad del suicida y de los vivos también. ¿Pero qué indica el sobre vacío o la nota no escrita? Pues creo que dicen que el suicida ya le perdió la fe al lenguaje, al acto de decir algo, de la misma manera que la agenda ya no significa porvenir, la cartera no es sinónimo de sustento, el periódico dejó de informar oportunidades y el cristo no es motivo de fe. Esto lo cambia todo, pues el suicida que sí deja una nota todavía confía en la comunicación y por eso se toma el tiempo, se explica, se disculpa o culpa a otros. El suicida que deja una nota, tiene algo que decir y confía en la escritura como medio para entregar su mensaje. Por otro lado el que prefiere el silencio establece la nada como único medio de comunicación posible. Tal vez el suicidio no es realmente un atentado en contra de la vida, sino en contra del lenguaje, de la capacidad de que las cosas tengan significado. La muerte a manos de uno mismo es más bien una imposición del silencio como medio exclusivo de comunicación con los otros. Un anuncio de que uno se marcha con la única promesa de escribir cartas que dirán lo que uno quiera que digan o lo que los otros quieran leer en ellas porque al fin y al cabo no dicen nada. El silencio del suicida es precisamente eso, un objeto que perdió su valor, una propiedad abandonada, un crédito chatarra. Es como el árbol que cae en un bosque cuando no hay nadie alrededor para escucharlo, lo mismo hace ruido, que se deja caer en silencio.