En lugar de un nombre significativo atado a una región concreta como Amadís de Gaula o Rodrigo Díaz de Vivar, tenemos un nombre difuso que deriva de “Quejana, Quijada o Quesada” y cuyo lugar de origen “la Mancha” puede traducirse como “de por ahí” o “de todas partes y de ninguna”. Las armas viejas, pertenecen a otro tiempo, el de sus bisabuelos y además no están completas. Su caballo “tantum pellis et ossa fuit” es decir “todo era piel y huesos”, es merecedor de un nombre cuyo valor más que semántico es fonético. Suena alto y sonoro y su significado es literal (era “rocín antes”) no simbólico. El nombre de su amada, al igual que el de su caballo tiene nombre que suena “dulce y peregrino” pero como se ve más adelante en la obra no se asocia directamente con la aldeana.
A estos rasgos del anti-heroísmo hay que añadir el hecho de que la intención de Cervantes con su novela es la de destruir mediante la parodia, la ridiculización la perniciosa lectura de las novelas de caballería. Es decir, para ridiculizar al género Cervantes crea a un personaje ridículo y para ello decide escribir utilizando el lenguaje de la gente común, no el castellano, sino el humor simple, la comedia de errores y de accidentes.
A pesar de esta evidente anti-heroicidad, hay muchos críticos y lectores que ven en don Quijote a un héroe genuino. Esta interpretación se diseminó sobre todo a partir del Romanticismo del siglo XIX, que vio en el Caballero de la triste figura a un rebelde que buscaba imponer, en medio de un mundo cruel y corrupto, la fuerza de su idealismo. Bajo esta interpretación, el caballero de la triste figura es un héroe trágico que sufre las consecuencias de soñar y tratar de poner en marcha un entorno social utópico en el que la palabra hablada tiene el peso de la ley, la justicia llega a los desamparados y los caballeros son nobles y honestos.
Sin embargo, la crisis de la fragmentación es el elemento unificador de la novela de Cervantes, y por lo tanto estos términos del heroísmo y el anti-heroísmo aparecen igualmente des-construidos. Por un lado, Cervantes nos presenta a un personaje ridículo, cuyas ejecutorias por más bien intencionadas que sean, fracasan en el intento de emular los rasgos de fortaleza, hazañas maravillosas y victoria, que generalmente poseen los héroes. Eso es anti-heroísmo. Por otro lado, don Quijote sí posee varias características típicas de los personajes míticos, como lo son el sacrificio, la soledad y la perseverancia ante lo adverso. Eso es heroísmo. En otras palabras la intención es heroica, la ejecución final no lo es. El sustrato que permanece a través de la acción de la novela es la épica del fracaso cómico. Eso sigue siendo anti heroísmo. Como puede verse, analizar a don Quijote como héroe nos confunde y nos sumerge en el gran dilema shakesperiano del “to be or not to be”. Entones: ¿Cómo puede definirse el tipo de heroicidad en la novela?
Creo que la respuesta ante esta disyuntiva nos obliga a mirar la realidad de la novela desde otro punto de vista. Es decir, hay heroicidad en don Quijote porque efectivamente hay un enfrentamiento, pero entiendo que nuestro caballero andante no es el protagonista de esa batalla, es un instrumento o pieza de ajedrez. La verdadera batalla, trágico-cómica en la novela, es la que sostienen ferozmente la ficción versus la realidad. Estas, como dos diosas, se enfrentan porque la primera (ficción) se ha apoderado de la cordura de don Quijote y con él ha salido a desafiar a la segunda (realidad). La realidad contrataca desde el primer momento en el que don Quijote hace su primera salida, y ésta siempre sale victoriosa, pues aunque coquetee, juegue y se haga cómplice de las locuras de don Quijote, siempre le recuerda mediante golpes, sangre y moleduras, que ella es la reina del mundo. Sin embargo, la ficción se burla frente a la realidad de varias maneras. En primer lugar a la ficción solo le ha bastado tomar a un loco cincuentón para poner en crisis a la realidad. Segundo, don Quijote no solo ha conseguido que se le una un cuerdo (Sancho), sino que con su locura ha contagiado y dejado en evidencia a muchos otros personajes. Y tercero, sus historias son conocidas por todos, ya tiene un primer tomo compilado, un imitador (Avellaneda) y una segunda parte en desarrollo. ¿Qué se puede hacer para acabar con esta diseminación de la locura? Creo que la locura o la ficción de don Quijote obligan a la realidad a actuar desesperadamente porque está herida. Solo hay una solución, blandir espada contra espada, atacar fuego con fuego. Si la ficción se sirvió de una arrebatada locura para atacar, hay que tomar a un sujeto cuerdo que esté dispuesto convertirse en loco, para que juegue el juego caballeresco y derrote a don Quijote en la arena de la locura. Ese héroe es nada más y nada menos que Sansón Carrasco, amigo de don Quijote quien con la excusa de curar a este último de su locura, se disfraza del Caballero de la Blanca Luna, derrota a don Quijote y le da un ultimátum: renegar de la belleza de Dulcinea o a morir. Nuestro caballero andante se niega a renunciar a su amada y escoge morir. Entonces el Caballero de la Blanca Luna le perdona la vida solo bajo la condición de que éste deje el ejercicio de la caballería y regrese a su casa. Don Quijote, derrotado regresa a su hogar y eventualmente muere. Pero muere después de haber recobrado la cordura. La realidad se impone y derrota a don Quijote, sin embargo esta quedó herida y sangrante para siempre. Incluso queda degradada, ya que tuvo que disfrazarse de ficción para derrotar a la ficción desde adentro. De hecho el escritor José Saramago, opina que don Quijote no muere, que el que muere es Alonso Quijano lo que implicaría un triunfo de la ficción.
Y por eso creo que la ficción se sigue apoderando de muchos sujetos que desafían constantemente a la omnisciente y pesada realidad. Y esto lo hacen, por ejemplo, porque saben que los molinos de viento son un engaño energético, que en realidad son gigantes crueles enviados por altos intereses. Y aunque siempre habrá un aguafiestas que dirá que son molinos y no gigantes, que es bacía y no yelmo, los que valoramos la ficción, los que tratamos de estimular en los lectores la locura del arte como vida, diremos como don Quijote, que algún sabio encantador transformó en molinos, a esos gigantes que íbamos a traspasar con nuestra lanza. Y que si la batalla continua, estaremos en medio de la realidad, siempre armados y resguardados por nuestros baciyelmos.