Curiosamente uno de los primeros actos que ejecuta la expresión divina es la creación de la luz. Así como la palabra se impuso al silencio, ahora la luz asalta a las tinieblas y las repele con su esplendor. El texto bíblico dice que después de pronunciada la frase imperativa “Haya luz”, entonces fue que Dios vio, y lo que vio fue que “la luz era buena”. Es decir, que la luz no solo vence la oscuridad, sino que además le permite a la palabra discernir aquello que es bueno. O mejor dicho la luz estimula a la palabra para que reflexione sobre la imagen.
Es posible entonces argüir que la palabra, esa palabra solitaria en el infinito primigenio, necesitó crear la luz para ver y confirmar que sus actos estaban potenciados de bondad. La palabra crea la luz, y la luz agradecida le devuelve a la primera una imagen buena de sí misma. La palabra y la imagen ahora se comunican a través de la luz, se ven en ella y se hablan. Y desde entonces ese diálogo eterno sigue distintos registros e intensidades. La palabra viaja a la velocidad del sonido, la imagen a la velocidad de la luz. La palabra está en boca de todos, la imagen está en los ojos de quien la mira. La palabra surca las ondas del viento buscando una imagen en la cual anidar, sus deseos de ser visible. La imagen germina sobre cualquier superficie esperando que el aire de la palabra esparza sus semillas más allá de los confines de la vista. Esta es la manera en la que el Génesis explica este intenso apareamiento entre la imagen y la palabra.
Imagen y palabra, conforman un binomio del que mucho hemos escrito y dibujado, pero del que en realidad sabemos muy poco. Y claro, hemos inventado el famoso signo lingüístico, disertamos sobre los poderes del significante y del significado, hablamos de imágenes acústicas y conceptos, de relaciones arbitrarias, de complejos, manías y vicos de los hablantes. Sin embargo, en el fondo, en el sustrato ancestral y en el futuro impredecible no sabemos con exactitud, de dónde vienen o hacia dónde se dirigen la imagen y la palabra. Esos límites misteriosos solo el sueño del mito y la razón de la poesía pueden explicarlos, aunque sea de manera insuficiente. Creo que a esa insuficiencia es a la que se refería Segismundo, el protagonista de la obra de Calderón de la Barca, cuando dijo que "la vida es sueño". Y es que cuando el ser humano desea encontrarse y redimirse a través de la imagen y de la palabra, descubre la misma verdad agridulce que dilucidó este personaje cuando dijo que “en el mundo en conclusión todos sueñan lo que son, aunque nadie lo entiende”.
Fragmento del discurso pronunciado el 12 de marzo de 2015, para la inauguración de la Sala Cine-Arte en la Universidad de Puerto Rico en Arecibo. Este fue uno de los eventos del V Congreso Internacional Escritura, Individuo y Sociedad, en España, las Américas y Puerto Rico. En el mismo se le otorgó a la escritora puertorriqueña Ana Lydia Vega el Doctorado Honoris Causa en Letras Humanas.