Mi conclusión al terminar de verlo fue: este es un trabajo para “puente mínima lista”. Es decir, creo que es justo y necesario resaltar la eficacia del documental a la hora estimular una discusión seria sobre los cambios que el sistema educativo requiere con urgencia. También me parece que es preciso señalar sus fallos, para evitar pensar que podemos sacar todo un currículo escolar coherente, si se toma como base, las vertientes teóricas de este documental. He aquí los aciertos y desaciertos que puedo identificar en el filme:
Aciertos: Critica el sistema educativo basado en el modelo industrial que prepara alumnos con el único objetivo de insertarlos en las filas del campo laboral. Promueve el aprendizaje significativo. Alerta sobre el desasosiego que se sufre en las escuelas cuando el aprendizaje y el placer se encuentran en divorcio. Valora la creatividad y el aspecto lúdico que conduce al aprendizaje. Es visualmente heterogéneo (gráficas, dramatizaciones, animaciones, etc.) e incluye diversas estrategias efectivas que buscan conmover y animar al espectador, como la recreación del mito de la caverna de Platón, la dramatización de los efectos de la estigmatización sistémica y la convocatoria final hacia una acción renovadora.
Desaciertos: Abusa del recurso de la parodia caricaturesca a la hora de representar las condiciones actuales del sistema escolar. Propone que la enseñanza tradicional ha coartado la libertad del ser humano y que su única agenda ha sido el control desmedido de las masas. Interpreta hechos y eventos históricos (la Ilustración, la Revolución industrial etc.) desde una perspectiva estereotípica y unidireccional. Es demasiado largo, repetitivo, a veces dramáticamente fastidioso y desorganizado temáticamente.
Mínima lista:
Ahora a lo nuestro, al querido Puerto viejo, siempre Rico. En nuestra isla la educación atraviesa por momentos tumultuosos. No sólo existen unos problemas de base, que se arrastran con el tiempo, sino que ahora con la crisis fiscal la escuela bien podría levantar las manos y exclamar “yo la peor de todas.” Creo que la palestra pública conoce tanto los problemas, como las soluciones que deben analizarse. Sin embargo, me temo que en el futuro seamos recordados como los que sabíamos lo que había que hacer y nunca lo hicimos. Eso es pecado de omisión y cuando es por ignorancia es incluso un delito. Aquí les dejo una mínima lista con la que se puede comenzar a gestar un diálogo hacia el cambio.
1. Despolitizar y descentralizar la administración de la educación, desde los grados primarios hasta los de educación superior.
2. Diseñar un currículo universitario que desarrolle docentes integrales con destrezas de auto-aprendizaje sostenible, significativo e interdisciplinario.
3. Renegociar el contrato con los docentes para exigirles nuevos deberes y extenderles nuevos beneficios.
4. Diseñar un currículo escolar que desarrolle seres humanos integrales con destrezas de auto-aprendizaje sostenible, significativo e interdisciplinario.
5. Abrazar la tecnología como una herramienta eficiente (no la única) para aprender en comunidad.
6. Apoderarse del entorno social (museos, parques, cines, centros comerciales, edificios públicos, etc.) para convertirlos en espacios de aprendizaje continuo.
7. Revolucionar el diseño de las facilidades físicas de los planteles, para que se conviertan en lugares abiertos que promuevan el aprendizaje, no solo de los alumnos matriculados, sino de toda la sociedad.
¿Un voto por el desastre?
Es curioso que en Puerto Rico las escuelas públicas, además de funcionar como centros de enseñanza se utilizan también para dos servicios sociales específicos: como lugares de refugio cuando sobreviene una amenaza o desastre natural y como colegios de votación durante las elecciones. Creo que esto resume de cierta manera la perspectiva que los puertorriqueños tenemos sobre la educación.
Para muchos la escuela pública es ese albergue al que acuden los más pobres, los desamparados, los que no poseen recursos porque se les cayó la casa y no tienen para pagar una educación privada. Sobre ese refugio ponemos nuestros ojos durante esos días de agosto (plena temporada de huracanes) porque es cuando los medios encienden el dramatismo del desastre y la escasez (maestros, materiales, servicios, etc.). El Departamento vive para los agostos y los eneros porque es a la escuela a donde acudimos para apagar los fuegos del pan de la enseñanza que en la puerta del horno social siempre se nos quema. Todo esto nos causa tal desesperación y desconsuelo que ante ello, no dudamos en implorar para que nuestras escuelas sean declaradas zonas de desastre, que los fondos federales deben ayudar a reconstruir. Esa es la manera en que tratamos de que ningún niño quede rezagado y se nos pierda bajo el azote de un huracán que se repite anualmente pero para el cual nos preparamos a la carrera en las últimas horas.
Pero para otros la escuela es también ese lugar al que acudimos cada cuatro años, al ritmo de una caravana política, con la esperanza de un mejor futuro. El plantel sigue siendo colegio, pero ahora de votación. Aunque creemos que vamos a examinar a los candidatos, la verdad es que vamos a la escuela a examinarnos a nosotros mismos. A esta evaluación le asignamos una importancia mayor, es como el examen final del semestre. Se trata de aprobar o colgarse. Para esa prueba muchos vienen estudiando desde hace cuatro años (desde el mismo día en que ejercieron su último voto) porque están inconformes con la calificación anterior y quieren mejorar. Mientras que muchos otros, un tanto descuidados, trataron de embotellarse el furor de todo un cuatrienio la noche antes. Estos son los que confunden el gimnasio de la corrupción, con la magnesia de la promesa y ante el tiempo que se les acaba, deciden contestar a todo con una sola equis. En ambos casos parece que los resultados son los mismos, pues en esa gran prueba puertorriqueña del voto siempre obtenemos administraciones que solo califican por debajo del promedio. La elección acaba, otro candidato gana y la educación se queda sin recreo cuatro años más.
En estos momentos una tormenta de mediocridad, analfabetismo funcional e intolerancia ciudadana nos azota sin clemencia. Nuestra acción no puede ser desmantelar la escuela y la universidad porque estos son los recintos que se supone que nos protejan de la ignorancia. Hay que fortalecer la educación para que nos albergue con su libertad de pensamiento; la metodología la tenemos que parir nosotros no nos llegará en bandeja de plata de modelos importados. Hay que acudir masivamente a la urna de nuestro tiempo y votar por una sociedad educada. Solo así se aprende y se aprueba el examen de la vida.