La semana pasada tuve la oportunidad de visitar The Evergreen State College ubicado en Olympia, la capital del estado de Washington. Se trató de un viaje de trabajo al que asistimos siete miembros de la facultad y la administración de nuestra universidad, con el fin de recibir un adiestramiento. Debo decir que este fue un viaje extenso en todos los sentidos, ya que significó dedicar varios meses a su planificación, invertir mucho presupuesto, someternos a ocho horas de vuelo, laborar de manera intensiva durante cuatro días consecutivos y diseñar un nuevo plan de trabajo que nos mantendrá ocupados por los próximos tres años. Éramos siete individuos con distintas personalidades, agendas y preferencias pero nos unía nuestra actitud de compromiso con los estudiantes, así como nuestro deseo de reformar el proceso de enseñanza y aprendizaje. Y una vez en el viaje descubrimos que había otro aspecto que nos unía irremediablemente unos a los otros: el miedo a la turbulencia que producen los aviones.
No sé exactamente cómo surgió el tema, pero desde el primer momento en el que nos reunimos cada uno expresó cuán molestosos y estresantes resultaban ser esos inesperados brincos y jamaqueos que el avión da en el aire. Una vez se inició el abordaje el día de nuestra partida, el tema fue nuevamente motivo de nuestra atención y de nuestra preocupación. Cuando experimentamos los episodios de turbulencia en las alturas, las miradas de los que no estaban “dormidos” se cruzaban buscando apoyo. Lo mismo ocurrió durante el regreso, momento en el que aprovechamos la escala para volver a hablar sobre el tema y para consolarnos mutuamente. Definitivamente el regreso fue mejor que la partida, quizás porque al hablar sobre nuestros temores nos sentimos acompañados y acogidos. Al menos así me sentí yo cuando veía a los demás asegurándose de que estaba bien o incluso poniendo tema de conversación durante los vuelos para matar la monotonía del tiempo y la turbulencia del espacio. Pero también pienso que el regreso fue más llevadero porque veníamos cargados de la buena energía que adquirimos en Evergreen, donde en muchas ocasiones se habló sobre el valor de la solidaridad que aplica tanto al aprendizaje como a la vida social en comunidad. Por eso ahora ya en tierra, ya en casa he llegado a la conclusión de que nuestra experiencia durante el viaje se parece mucho a lo que estamos padeciendo en Puerto Rico en estos días y no tengo duda de que puede resolverse de la misma manera.
Vivimos tiempos de turbulencia en nuestro país. La isla que somos todos, sigue siendo esa gran guagua aérea que surca el espacio del siglo XXI aunque con menos humor y más incertidumbre. La alegría que una vez nos dio el primer puesto entre los países más felices del mundo se opaca debido al desempleo que producen los jamaqueos de la economía y los altibajos de las casas acreditadoras. Con cada impuesto que se aprueba tiembla la escasa bandeja de alimentos que nos sirven las agencias azafatas del gobierno. El café, el refresco o el agua que pedimos para calmar la tensión, se derraman por el abrupto movimiento y ya no hay con qué aplacar esta sequía (atmosférica, emocional e intelectual) que nos ha llegado torcida y salada como un pretzel. Surcamos el aire en las alas industriales del vuelo #936, volamos alto, pero ahora el avión se cae en cantos y tenemos miedo a caer. Los políticos, esos pilotos del desastre, nos hablan de tormentas que no llegan y de aterrizajes de emergencia en aeropuertos que no existen. No sabemos si el turbulento viaje será largo o corto, y mucho menos cuál será su destino. Ahora lo mismo nos dirigimos a la fantasiosa Florida, que a la quebrada Detroit o quién sabe si a Grecia, la cuna de la tragicomedia. Vivimos en ansiedad, porque la mayoría no está en primera clase, ni en la cabina. Los que vamos en clase media, es decir los que estamos sentados entre la primera clase y la cola del baño, estamos en constante y estresante alerta. Esa es la turbulencia que nos destroza los nervios como pueblo. No juzgo a los que se van del país yo mismo lo he pensado muchas veces. Las razones para irse son tan variadas como los destinos del mundo. Pero a los que no se han ido todavía, a los que no se pueden ir y a los que no se quieren ir les toca someterse a esta sensación de encierro, de no tener el control, de estar temblando en el aire.
Ahora bien, ¿qué hacemos? Sinceramente, desde el corazón de nuestra razón de pueblo, cómo afrontamos esta turbulencia. Creo que aunque parezca trillada la respuesta sigue siendo la misma: en comunidad. La solidaridad, el apoyo y el esfuerzo unidireccional siguen siendo las claves del éxito. Eso fue lo que ayudó a nuestro equipo cuando nos sentíamos preocupados por un temor inminente. Sin ánimos de simplificar nuestra situación de país, creo que ante esta turbulencia social tenemos que congregarnos, aceptar y dialogar sobre nuestro problema y asumir el rol de trabajo que nos toca en el proyecto de reparación. Estamos dispuestos a hacer sacrificios, incluso a cometer errores, pero lo que muchos dirigentes del gobierno no entienden es que si vamos a sacrificarnos queremos asumir riesgos calculados dentro de un plan coherente. Y que si vamos a fallar en el intento, queremos hacerlo de manera creativa, es decir que si no resulta nuestro diseño al menos queda la satisfacción del trabajo bien intencionado y las ganas de tratar nuevamente.
Les dejo ahora esta lista mínima que recoge cinco principios sobre el trabajo en comunidad. La he tomado de una magnífica plenaria titulada “Sustaining one’s self as a change agent: Collaborating with others for the benefit of all students”, a la que asistimos durante los días que estuvimos trabajando en Evergreen. La misma fue dirigida por la Dra. W. Joye Hardiman, profesora emérita de la universidad, un ser que con su energía y optimismo contagia su entorno y te hace creer que un mundo más justo y feliz es posible. Espero al menos que les inspire a pensar sobre su rol frente a esta crisis, pero si no es así, al menos quisiera que les ayude a repensar o aliviar alguna turbulencia que les esté jamaqueando la existencia.
1. Everyone who resists is a hero. Resistir ante la adversidad es de por sí un acto heroico. Ante la turbulencia social lo menos que se puede hacer es controlar nuestros miedos para no derrumbarnos. La estabilidad emocional te permite ayudar a otros o no entorpecer a los que quieren ayudarte.
2. Everyone who sits in the circle is a leader. Si nos importa el bienestar común, todos tenemos que congregarnos en algún círculo de acción. Una vez dentro, ya tenemos algo que hacer, ya la comunidad cuenta con nuestra valiosa aportación.
3. Change Ego for We Go. El “yo” es una palabra sola, “nosotros” es una expresión compuesta que evoca la comunidad formada por el yo y el otro. Hay que resistirse también a las dos tentaciones comunes del egoísmo: el “sálvese quien pueda” y “el solo yo puedo salvarlos”. En nuestro país la primera es la fuente de la indiferencia estamental, la segunda es el motor de la verborrea del protagonismo partidista.
4. Develop experiences of Intimacy (Intimacy=In to me see) Para trabajar en comunidad, hay que ir más allá de la apariencia, es preciso establecer relaciones profundas. Solo así pueden entenderse los valores y necesidades de los miembros de la comunidad.
5. If you look for problems, you will find more problems, if you look for success you will find success Para ser agentes de cambio efectivos hay que reducir el enfoque tradicional que se fija en cambiar lo que está mal y aumentar el enfoque que busca la ventaja de lo que sí funciona. Si el vaso está medio lleno, eso tiene tres ventajas: existe menos probabilidad de que se derrame ante la turbulencia, aún queda espacio para llenarlo y todavía tenemos recursos para calmar la fatiga del viaje.
No sé exactamente cómo surgió el tema, pero desde el primer momento en el que nos reunimos cada uno expresó cuán molestosos y estresantes resultaban ser esos inesperados brincos y jamaqueos que el avión da en el aire. Una vez se inició el abordaje el día de nuestra partida, el tema fue nuevamente motivo de nuestra atención y de nuestra preocupación. Cuando experimentamos los episodios de turbulencia en las alturas, las miradas de los que no estaban “dormidos” se cruzaban buscando apoyo. Lo mismo ocurrió durante el regreso, momento en el que aprovechamos la escala para volver a hablar sobre el tema y para consolarnos mutuamente. Definitivamente el regreso fue mejor que la partida, quizás porque al hablar sobre nuestros temores nos sentimos acompañados y acogidos. Al menos así me sentí yo cuando veía a los demás asegurándose de que estaba bien o incluso poniendo tema de conversación durante los vuelos para matar la monotonía del tiempo y la turbulencia del espacio. Pero también pienso que el regreso fue más llevadero porque veníamos cargados de la buena energía que adquirimos en Evergreen, donde en muchas ocasiones se habló sobre el valor de la solidaridad que aplica tanto al aprendizaje como a la vida social en comunidad. Por eso ahora ya en tierra, ya en casa he llegado a la conclusión de que nuestra experiencia durante el viaje se parece mucho a lo que estamos padeciendo en Puerto Rico en estos días y no tengo duda de que puede resolverse de la misma manera.
Vivimos tiempos de turbulencia en nuestro país. La isla que somos todos, sigue siendo esa gran guagua aérea que surca el espacio del siglo XXI aunque con menos humor y más incertidumbre. La alegría que una vez nos dio el primer puesto entre los países más felices del mundo se opaca debido al desempleo que producen los jamaqueos de la economía y los altibajos de las casas acreditadoras. Con cada impuesto que se aprueba tiembla la escasa bandeja de alimentos que nos sirven las agencias azafatas del gobierno. El café, el refresco o el agua que pedimos para calmar la tensión, se derraman por el abrupto movimiento y ya no hay con qué aplacar esta sequía (atmosférica, emocional e intelectual) que nos ha llegado torcida y salada como un pretzel. Surcamos el aire en las alas industriales del vuelo #936, volamos alto, pero ahora el avión se cae en cantos y tenemos miedo a caer. Los políticos, esos pilotos del desastre, nos hablan de tormentas que no llegan y de aterrizajes de emergencia en aeropuertos que no existen. No sabemos si el turbulento viaje será largo o corto, y mucho menos cuál será su destino. Ahora lo mismo nos dirigimos a la fantasiosa Florida, que a la quebrada Detroit o quién sabe si a Grecia, la cuna de la tragicomedia. Vivimos en ansiedad, porque la mayoría no está en primera clase, ni en la cabina. Los que vamos en clase media, es decir los que estamos sentados entre la primera clase y la cola del baño, estamos en constante y estresante alerta. Esa es la turbulencia que nos destroza los nervios como pueblo. No juzgo a los que se van del país yo mismo lo he pensado muchas veces. Las razones para irse son tan variadas como los destinos del mundo. Pero a los que no se han ido todavía, a los que no se pueden ir y a los que no se quieren ir les toca someterse a esta sensación de encierro, de no tener el control, de estar temblando en el aire.
Ahora bien, ¿qué hacemos? Sinceramente, desde el corazón de nuestra razón de pueblo, cómo afrontamos esta turbulencia. Creo que aunque parezca trillada la respuesta sigue siendo la misma: en comunidad. La solidaridad, el apoyo y el esfuerzo unidireccional siguen siendo las claves del éxito. Eso fue lo que ayudó a nuestro equipo cuando nos sentíamos preocupados por un temor inminente. Sin ánimos de simplificar nuestra situación de país, creo que ante esta turbulencia social tenemos que congregarnos, aceptar y dialogar sobre nuestro problema y asumir el rol de trabajo que nos toca en el proyecto de reparación. Estamos dispuestos a hacer sacrificios, incluso a cometer errores, pero lo que muchos dirigentes del gobierno no entienden es que si vamos a sacrificarnos queremos asumir riesgos calculados dentro de un plan coherente. Y que si vamos a fallar en el intento, queremos hacerlo de manera creativa, es decir que si no resulta nuestro diseño al menos queda la satisfacción del trabajo bien intencionado y las ganas de tratar nuevamente.
Les dejo ahora esta lista mínima que recoge cinco principios sobre el trabajo en comunidad. La he tomado de una magnífica plenaria titulada “Sustaining one’s self as a change agent: Collaborating with others for the benefit of all students”, a la que asistimos durante los días que estuvimos trabajando en Evergreen. La misma fue dirigida por la Dra. W. Joye Hardiman, profesora emérita de la universidad, un ser que con su energía y optimismo contagia su entorno y te hace creer que un mundo más justo y feliz es posible. Espero al menos que les inspire a pensar sobre su rol frente a esta crisis, pero si no es así, al menos quisiera que les ayude a repensar o aliviar alguna turbulencia que les esté jamaqueando la existencia.
1. Everyone who resists is a hero. Resistir ante la adversidad es de por sí un acto heroico. Ante la turbulencia social lo menos que se puede hacer es controlar nuestros miedos para no derrumbarnos. La estabilidad emocional te permite ayudar a otros o no entorpecer a los que quieren ayudarte.
2. Everyone who sits in the circle is a leader. Si nos importa el bienestar común, todos tenemos que congregarnos en algún círculo de acción. Una vez dentro, ya tenemos algo que hacer, ya la comunidad cuenta con nuestra valiosa aportación.
3. Change Ego for We Go. El “yo” es una palabra sola, “nosotros” es una expresión compuesta que evoca la comunidad formada por el yo y el otro. Hay que resistirse también a las dos tentaciones comunes del egoísmo: el “sálvese quien pueda” y “el solo yo puedo salvarlos”. En nuestro país la primera es la fuente de la indiferencia estamental, la segunda es el motor de la verborrea del protagonismo partidista.
4. Develop experiences of Intimacy (Intimacy=In to me see) Para trabajar en comunidad, hay que ir más allá de la apariencia, es preciso establecer relaciones profundas. Solo así pueden entenderse los valores y necesidades de los miembros de la comunidad.
5. If you look for problems, you will find more problems, if you look for success you will find success Para ser agentes de cambio efectivos hay que reducir el enfoque tradicional que se fija en cambiar lo que está mal y aumentar el enfoque que busca la ventaja de lo que sí funciona. Si el vaso está medio lleno, eso tiene tres ventajas: existe menos probabilidad de que se derrame ante la turbulencia, aún queda espacio para llenarlo y todavía tenemos recursos para calmar la fatiga del viaje.