En más de una ocasión he comenzado a escribir esta entrada sin éxito, de ahí el título que es la firma de un acto de resignación. Claro que han surgido muchas ideas, diversas anécdotas y múltiples perspectivas, pero a la hora de refinar la palabra, el grano no se vuelve harina textual y deviene un escrito cargado e indisoluble. De modo que muchas veces me he quedado dándole vueltas al asunto, sin llegar ni siquiera al sorbo de un párrafo. Esta frustración se parece a lo que experimento cuando desesperado por tomar un café, echo una cucharada de azúcar y lo que toca es revolver. Ahí me quedo con la taza del texto asida por el mango, meneando el contenido con el bolígrafo, esperando que el dulce haga su magia, pero con cuidado para que al final no empalague por su exceso. Así que como ven he tenido que conformarme con escribir sobre el problema de no poder escribir, algo que muchas veces es como conformarse con la borra del colador, como si no fuera uno digno de beber del fuerte aroma que transpira una buena y fresca prosa.
Además de la encrucijada temática, tampoco me he podido decidir por el protagonista del relato. ¿Es este un café escriturario que me debo tomar solo o es imperativo que tenga compañía? Un café tomado en soledad es siempre un viaje introspectivo en potencia, pues el aroma en forma de humillo transita las avenidas neuronales y uno simplemente queda en perenne estado de desplazamiento. Un desplazamiento que contrasta con la pasividad o quietud con la que se suele sorber el café en estos casos. Por otro lado, cuando alrededor de un convite cafetero se reúnen la buena compañía, la plática profunda y el ocio productivo, tomar café es un acto de resurrección que es lo mismo que tener fe en el amor por la vida. Bajo estas condiciones pudiera dedicar el escrito a los cafés que me han restituido la esperanza, los que me han devuelto la serenidad o me han impulsado a un nuevo proyecto o iniciativa. Los cafés en soledad en la UPR comparada, en la Atlanta universitaria, en la incógnita España del auto-destierro o en el profundo mar del oeste de mi isla.
Pero también puedo hablar de los muchos cafés en compañía que me han aderezado el rumbo de un día, de un mes, de todo un año, de la vida. Los cafés que tomaba cuando era niño junto a mi hermana Raida los sábados en la mañana. Por alguna razón que no me explico mientras bebíamos conversábamos en voz baja. Recuerdo también que hacíamos lo que muchos puertorriqueños hacen con las galletas de soda, sumergirlas en el café y comerlas con una cuchara. En nuestro caso, quizás esa era la manera de darle un tapaboca a la taza, para que no nos quemara con su aliento caliente, para obligarla también a hablar bajito. Los cafés con tantos colegas, que nos han servido para armar y desarmar sobre una mesa las lindezas y fealdades de este mundo. Cafés de los que uno se marcha con un canastillo de ideas entre las manos, canastillos estilizados, canastillos rotos, pero al fin canastillos. Luego harán falta otros cafés para completar el almud y por eso la recolección de diálogos con los colegas, como la flor del cafetal, siempre regresa. Los cafés con los amigos del alma, en los que uno entrega la vida molida para que los antioxidantes de la amistad te den a beber esperanza. En estos convivios con los amigos siempre se suscitan dos conversaciones: una de frente mirando al otro como es pues por amor, porque sí; y otra solapada y secreta que se comunica con señales de humo que emergen de las tazas. Los cafés de las tres de la tarde que no me pude tomar, porque el que se supone que me acompañara ya no está. De estos cafés a deshora añoro el que me queda pendiente con Felicita, el cual solo será posible a través de la mesa de la escritura. Y claro los cafés deseados, los que uno aguarda con ciertas personas y que uno nunca sabe si nos los habrá de servir la vida.
Supongo que en próximos momentos de la Sobremesa estos cafés serán de alguna manera servidos. Quizás es asunto de esperar y terminar con un sabor final que a uno le satisfaga. Creo que no sabría que más decir por ahora…Lo ven ha vuelto a pasar, este café queda otra vez tibio y pendiente.